Feeds:
Entradas
Comentarios

Posts Tagged ‘Artemio Baigorri’

En 2007 se publicó este trabajo en la editorial madrileña de Entinema. “Adolescentes, ocio y alcohol” es el producto de la investigación llevada a cabo desde el año 2004, a partir de la realidad incontestable de unas cifras que nos hablaban de altas prevalencias de consumo de alcohol, frecuente, continuado (indicador de fidelización) y elevado (indicador de borracheras), entre la población adolescente y joven. Este es el motivo principal que nos empujó a estudiar este fenómeno social, precisamente en una región (La Rioja) que hace de la producción del vino y el consumo de bebidas alcohólicas una de sus señas de identidad. El objetivo general de este proyecto de investigación fue analizar de forma específica y sistemática las pautas de consumo de alcohol entre los adolescentes, relacionadas con las convenciones sociales actuales sobre el consumo de alcohol, así como detectar posibles consumos problemáticos con vistas a poner en marcha una intervención de carácter preventivo hacia los mismos. La complejidad de este objetivo, hacía conveniente su desglose en una serie de objetivos específicos, que quedaron recogidos del siguiente modo:

  • Identificar las variables relevantes que influyen sobre el consumo de alcohol entre los adolescentes.
  • Realizar una caracterización de las diferentes pautas de consumo de alcohol entre los adolescentes.
  • Identificar las variables relevantes que influyen en los valores y actitudes sobre el consumo de alcohol entre los adolescentes y entre padres de adolescentes.
  • Conocer las convenciones sociales actuales sobre el consumo de alcohol entre los propios adolescentes y entre padres de adolescentes.
  • Identificar los componentes de riesgo en el consumo de alcohol entre adolescentes, en relación a las imágenes sociales.
  • Evaluar las distintas opciones preventivas y terapéuticas sobre el consumo/abuso de alcohol diseñadas e implementadas.
  • Poner en marcha, de forma inicial, una intervención preventiva ajustada a las necesidades identificadas.

Dar respuesta a los objetivos expuestos exigió de un esfuerzo continuado que, apriorísticamente, dividimos en tres fases, a desarrollar en tres años consecutivos. El primer año (2004) fue el dedicado al exámen documental y bibliográfico que culminó en la confección de una gran base de datos con más de 12.000 registros. A continuación, se diseñó y realizó una investigación exploratoria de carácter cualitativo, mediante el uso de técnicas de recogida de datos a través de entrevistas en profundidad y grupos de discusión con adolescentes, así como con padres de adolescentes. El segundo año (2005) fue el dedicado al diseño y realización de una investigación descriptiva (descripción del hecho del consumo de alcohol entre adolescentes y extracción de tipologías), y explicativa (mediante el análisis de factores que intervenían en las causas del consumo de alcohol entre los adolescentes), de carácter cuantitativo, es decir, mediante la formalización de encuestas personales, de carácter probabilístico y representativo. Ya el tercer año (2006), nuestro objetivo fue crear una tipología de adolescentes a partir de cuatro aspectos relacionados con las percepciones y valoraciones que éstos hacen sobre el consumo de alcohol. En concreto, las variables que integraban este eje fueron la opinión sobre el alcohol, efectos del consumo de alcohol, rechazo/aceptación hacia el consumo de alcohol y adjetivación de los consumidores de alcohol.

En cuanto al procedimiento que seguimos, éste conllevó la realización de tres análisis consecutivos:

  • Análisis Factorial (cuatro) de las variables con las que establecemos la clasificación.
  • Análisis Cluster con los factores resultantes del Análisis Factorial y,
  • Descripción de los tipos resultantes del Análisis Cluster a partir de su composición demográfica y de las diferencias relativas a los distintos posicionamientos según las actitudes hacia el consumo de alcohol.

Con posterioridad se diseñó y aplicó un programa de intervención para la prevención del consumo abusivo de alcohol entre los adolescentes, y se determinó su efectividad teniendo en cuenta (a) la existencia de cuatro grupos de adolescentes caracterizados (grupo de bebedores excesivos, grupo de bebedores moderados, grupo no bebedores y grupo de bebedores ocasionales), y (b) la necesidad de establecer una serie amplia de medidas para valorar los posibles cambios que pudieran haberse producido a raíz de la aplicación de dicho programa de prevención, que incluyeron datos sobre las salidas nocturnas, el consumo de alcohol, las motivaciones para el consumo, actitudes hacia el alcohol y hacia los adolescentes bebedores, o la valoración de los efectos del alcohol. Todo este trabajo no hubiera sido posible sin la participación amplia de expertos y profesionales que enmarcados en el grupo de investigación “enclavesocial”, lograron año tras año cumplir con los objetivos marcados. A ellos quiero referirme ahora, pues sin su concurso difícilmente podría haber realizado o cumplido las numerosas, laboriosas y exigentes tareas que todo proyecto de investigación conlleva. Formaron parte del equipo inicial las sociólogas/os Milagros Laspeñas García, Marta Muñoz Pinillos, Paz Zuloaga Rada y Luis Alberto Sanvicens y las psicólogas/os Mª Victoria Hernando Ibeas, Elisa Ruiz Domingo, Inés Alcalde y Francisco Cabello Luque, así como el doctor en Medicina, José María Urraca Fernández. Hubo incorporaciones puntuales como la psicóloga Carolina Medina (2005), y la también psicóloga, Anabella Martínez (2006). Además pude contar con cierto número de colaboradores que llevaron a cabo tareas de campo u otras que los miembros del equipo  determinaron a lo largo de estos años. Si bien todos los miembros del equipo han colaborado en la realización de los informes anuales, base material de la que se extraen los textos que componen los diferentes capítulos de este libro, quiero destacar ahora y agradecer su intensa dedicación a este proyecto, en concreto a los sociólogos Milagros Laspeñas y Luis Alberto Sanvicens y al psicólogo Francisco Cabello. A ellos se deben los textos dedicados a mostrar la metodología, las relaciones familiares y las motivaciones, creencias, actitudes y percepciones junto a una tipología de los adolescentes que aparecen en tres capítulos identificados, todo ello sin demérito de los demás miembros del equipo, aunque por su entrega y seguimiento, bien pueden considerarse estos últimos como los más vinculados a este producto final, que es el libro que nos ocupa.

Es un libro dividido en nueve partes que comienza con los métodos y técnicas de investigación seguidos en el abordaje de la realidad  adolescente, sigue con una reflexión sobre la construcción social de los adolescentes, continúa con el descubrimiento de las relaciones familiares y de amistad actuales, y su importancia en el desarrollo de la personalidad; así como la ocupación del tiempo, principalmente el de ocio. Otras partes están dedicadas a las salidas de marcha y el consumo de alcohol, haciendo especial incidencia en el fenómeno mediático del botellón. El último capítulo lo dedicamos a exponer detalladamente los principales motivos y percepciones considerados acerca del consumo de alcohol; así como una tipología de los adolescentes, construida alrededor de una serie de factores y variables que determinan los consumos de alcohol.   El libro finaliza con unas conclusiones relevantes acerca del ocio y consumo de alcohol entre los mismos. En su conjunto, este libro es producto de los datos obtenidos durante el periodo investigador y de trabajo de campo, que invitan a reflexionar y a considerar nuestras opiniones acerca de un periodo vital de las personas, que por su inestabilidad y su ímpetu, está llamado a ser decisivo en la configuración de la sociedad futura y las generaciones que la sostengan. Espero de corazón que su lectura sea provechosa.

A continuación reproduzco el capítulo VII dedicado al BOTELLÓN, pues ha sido uno de los temas más recurrentes de los últimos años merced a la publicidad que se le ha dado en los medios sin atender a las verdaderas causas que lo originan y lo mantienen. Espero que os guste.

El botellón como fenómeno social está definido como la reunión masiva de jóvenes de entre dieciséis y veinticuatro años, fundamentalmente en espacios abiertos de libre acceso, para combinar y beber la bebida que han adquirido previamente en comercios, escuchar música y hablar. Según Baigorri es un fenómeno global pues es posible encontrar el botellón desde Nueva Zelanda hasta los Estados Unidos, obviamente con denominaciones distintas pero con un nexo común que son sus manifestaciones públicas. No es un hábito de ocio juvenil porque la mayoría de los jóvenes no lo practican; eso sí, los que lo hacen lo practican con intensidad. Ya en nuestro país, señala Baigorri que el conflicto social desencadenado en torno al botellón constituye un ejemplo paradigmático de conflicto postmoderno, ya que se inscribe de lleno en el ámbito del consumo, que es el principal factor de agrupación y creación de identidades en la sociedad contemporánea. En el marco de la globalización, el botellón es una expresión que globaliza las tendencias de ocio nocturno, por cuanto el trinomio joven, noche y alcohol está presente en todas las pautas de ocio nocturno en las sociedades avanzadas.

El problema social del botellón radica en la presencia de menores de edad tomando grandes dosis de alcohol y otro tipo de drogas asociadas a esta práctica (cannabis principalmente), sobre todo en los pueblos donde hay más participación de adolescentes que de jóvenes adultos. En este sentido, los expertos en toxicomanías advierten del riesgo que corren los adolescentes, pues el consumo de alcohol hace de este la droga de mayor prevalencia, al  caracterizarse por una ingesta excesiva de bebidas de alta graduación en periodos pequeños con el fin de lograr embriagueces rápidas. Además, todavía no se puede prever qué consecuencias tendrá el abuso alcohólico en las generaciones que lo practican, pues la edad a la que se inician es cada vez más temprana.

El trinomio jóvenes-noche-alcohol al que aludía Baigorri como fuente de problemas sociales, tiene su correlato en una distinta percepción sobre el consumo de alcohol. Para unos (tanto jóvenes como adultos) se trata de un comportamiento humano inmutable de carácter tradicional y equivalente a un derecho natural, mientras que para otros (exclusivamente adultos) se han producido cambios y ahora predominan comportamientos asociales que reflejan una cierta falta de educación y, por tanto, una crisis en la transmisión y reproducción de valores y normas sociales. Esta diferente percepción acerca del consumo de alcohol ha promovido una cierta ambigüedad en la valoración social del fenómeno del botellón. Para unos es una expresión de libertad que se enmarca en una tradición cultural, mientras que para otros es una forma de expresión de la falta de valores ciudadanos reflejada en actos gamberros propios de una mala educación, aunque los dos tipos de valoración se funden o confunden según el contexto en el que se expresan, pues ambos participan del pensamiento colectivo adulto, o dicho de otro modo, participan de lo considerado mundo de los adultos.

Por su parte los adolescentes beben porque han aprendido que beber forma parte de la diversión y de la noche, a través de sus familias y de todos los productos culturales con que la sociedad les transmite los valores en los que se socializan. La salida nocturna responde a un protocolo cultural claramente prescrito y pautado, también heredado, como el consumo de alcohol entre los adultos. Salir de marcha está vinculado a representaciones de encuentro y posibilidades de establecer distintos vínculos con los pares, a quienes seguramente encontrarán en la calle, en las plazas o en los bares y discotecas. A los adolescentes les produce placer ver mucha gente, ver que todos están ahí, notar que salen todos y que esa es una costumbre que les pertenece y les marca. Entre los adolescentes, el protocolo de salidas nocturnas está más intensamente aplicado porque la noche, especialmente cuando está acompañada de alcohol o de otras drogas, favorece la desinhibición y, por tanto, la tarea que les ha sido encomendada tras la Revolución Industrial: la de buscar ellos/as mismos/as la pareja con la que formar la unidad familiar y contribuir a la transmisión de los genes familiares y, por ende, a la supervivencia de la especie.

Pero si el consumo de alcohol forma parte de un protocolo cultural destinado a la supervivencia de la especie como fin último, también es cierto que esa realidad social y cultural está determinada por una serie de factores, señalados en numerosos estudios:

–      La existencia de periodos de fuerte desarrollo y apertura al exterior, acompañados de bonanza económica.

–      El retraso en el abandono del hogar familiar, lo que lleva a vivir una vida muelle, que no exige de trabajo ni responsabilidades domésticas, y por lo tanto deja más tiempo libre a los jóvenes, y además durante más tiempo de su trayectoria vital.

–      El retraso de la entrada en el mercado laboral, en épocas recesivas por las dificultades de acceso al trabajo, pero sobre todo por la universalización y obligatoriedad de la enseñanza secundaria, y el abaratamiento y generalización de los estudios universitarios.

–      Los cambios de mentalidad por la influencia de los medios de comunicación de masas.

–      Las innovaciones tecnológicas y la introducción de herramientas, como Internet, que rompen las barreras espacio-temporales al virtualizar tiempo y espacio.

–      Las bajas tasas de matrimonio y fecundidad. Al retrasarse la edad de formar una familia, las parejas jóvenes tienen más tiempo para su disfrute personal sin obligaciones familiares.

–      La conversión de los centros comerciales en sustitutos de las iglesias como foros. Los hipermercados se manifiestan como nuevas catedrales, a las que la gente acude a pasar el tiempo rindiendo culto al consumo, y encontrarse con otras gentes con las que practicar la penitencia de la interacción social.

Otras causas sociales que conforman este fenómeno son el crecimiento de las multinacionales del alcohol, la economía especulativa que ha hecho que se disparen los precios de los bares por la noche, la tradición de beber en la calle y las grandes superficies comerciales que son cómplices del fenómeno del botellón pues son las primeras en lucrarse con la práctica del mismo. Finalmente las sociedades de veinticuatro horas que han desestructurado el día y la noche pues en la práctica del ocio se siguen sin solución de continuidad.

Sobre el conjunto de causas conviene resaltar el hecho de que las personas sigan considerándose jóvenes hasta pasados los treinta y muchos años, sin responsabilidades familiares y con dinero, pues este es un aspecto novedoso en la configuración del fenómeno del botellón, considerado siempre como un fenómeno propio del mundo adolescente y joven y no del mundo adulto. Si los jóvenes lo son hasta muy avanzada la edad, la considerada como propia del mundo adulto, la población que se encuentra aceptada en el fenómeno del botellón crece numéricamente, conformando socialmente los valores permisivos sobre la ingesta de alcohol en el espacio público. Nunca hasta este siglo las expectativas de vida habían crecido tanto, estirando hasta los límites que el desarrollo económico permite la configuración de las identidades generacionales.

El fenómeno del botellón tiene diversas características que le acompañan y definen. En general se podría definir como una reunión de grupos de adolescentes y jóvenes que beben, charlan, escuchan música, bailan, o llevan a cabo cualquier otra actividad en espacios públicos y abiertos.  Un periodista que ha conocido la realidad madrileña del botellón señala además una serie de particularidades o características que lo enmarcan. La más llamativa el enorme éxito de convocatoria que tiene esta actividad. Tal afluencia de personal en la vía pública, bien pertrechado de bebidas de diversa graduación alcohólica y muchas ganas de marcha, diríase que es lo más parecido que hay a las fiestas patronales de cualquier pueblo o barrio, y, en efecto, así es. El botellón es una fiesta popular, un espacio absolutamente lúdico en el que sus participantes solo buscan pasárselo bien, ajenos a las rutinas cotidianas y a los condicionamientos sociales. Sin embargo, a diferencia de las fiestas verbeneras, el botellón es restringido y reiterativo. Restringido porque en él solo participa un tipo de gente: los jóvenes. Reiterativo porque no se produce con ocasión de una fecha señalada en el santoral religioso o pagano, sino que sucede todos los fines de semana, las vísperas de fiestas y, en general, durante los periodos vacacionales de la muchachada. Otra de sus características fundamentales es la nocturnidad, siendo la puesta y salida del sol los marcadores del principio y fin de la fiesta. Además, prosigue Aguilera, como cualquier comportamiento grupal, el botellón tiene sus rituales y los jóvenes los cumplen sin planteárselo, simplemente porque es así. No hay manuales sobre el particular ni reglas estrictas, pero sí una línea común de comportamiento. La secuencia sería: primero la cita entre las pandillas de amigos los día previos al fin de semana, que se realiza en colegios, institutos, facultades o vía Internet; segundo el aprovisionamiento mediante la compra en los comercios próximos al lugar donde se va a realizar y que se costea mediante un fondo común de dinero; tercero la ubicación o elección del lugar propicio; y cuarto las actividades que no se acaban en la ingesta de alcohol y la charla, sino que se extienden a los juegos de habilidad de todo tipo. Además habría que sumar la finalización del botellón que también constituye rutinas que desarrollan a través de rutas habituales y horarios de regreso a casa. Son rutas que utilizan masivamente los adolescentes dependiendo del lugar que parten (espacios del botellón), del día de la semana, del horario establecido de regreso a casa y del tipo de participantes en tales eventos. Y es que lo más frecuente es encontrar en los espacios botelloneros, jóvenes de amplias clases medias, estudiantes de instituto o de facultad que viven en la casa familiar, que no crean grandes conflictos en su entorno inmediato, chicos que tienen inquietudes culturales aunque éstas sean mínimas. En este sentido Aguilera dice que  beber con una cierta alegría y en la calle no es nada nuevo, algo con lo que muchos de nosotros estaríamos de acuerdo. La tradición habría tenido mucho que ver con el fenómeno botellón y los jóvenes no habrían hecho nada más que inventar una nueva modalidad para un rito antiguo.

En esta misma línea, Baigorri mantiene que se bebe porque lo impone el modelo cultural global dominante. Los jóvenes beben porque han aprendido que beber forma parte de la diversión y de la noche a través de sus familias y de todos los productos culturales con que la sociedad les transmite los valores en los que se socializan. Modelos culturales, modelos familiares y modelos sociales impelen a beber en las calles y espacios públicos a las cuadrillas de adolescentes que, sin embargo, se pueden distinguir entre ellas por la edad de sus participantes, pues la edad es el marcador temporal que separa a los miembros de un grupo identificándolos en su conjunto. Tan sólo los que se encuentran en ese tiempo liminal que supone estar a las puertas de la mayoría de edad, los portadores de dieciséis y diecisiete años, son capaces de adentrarse en uno y otro grupo, de familiarizarse con los usos de unos y otros y ocupar los espacios que se suponen de quienes lideran el grupo de menores y que igualmente se destina a quienes todavía no ejercen sino de aprendices del grupo de mayores. Por medio, el control de los padres y adultos a través de la figura policial. Los agentes de policía local sólo pueden hacer recomendaciones, obligar a los jóvenes a que recojan las botellas y plásticos y evitar que destruyan el mobiliario o causen daños en los puntos habituales de botellón. Y también identificar a los practicantes de esta modalidad lúdica para comprobar si son menores de edad, en cuyo caso sí pueden tomar medidas. En esto del consumo de alcohol en cuadrilla, se observa de manera meridiana que hay diferencias según las edades. Así, aquellos que se inician en la adolescencia ni siquiera lo han visto o han oído hablar de él, y tan sólo conocen sus resultados; incluso manifiestan un cierto rechazo hacia las consecuencias de un consumo descontrolado en zonas verdes.

En 2005 la media estatal de edad de inicio de los adolescentes en el consumo en grupo de alcohol era de trece años y el porcentaje de adolescentes que se reunían para beber de esta forma se situaba en el 20,4% de los jóvenes de entre catorce y dieciséis años. Nosotros hemos observado que en La Rioja los más jóvenes incluso eran contrarios al botellón, bien porque no les gustaba o bien porque no lo entendían, aunque en la última encuesta (2004) sobre consumo de sustancias adictivas, el 2,6% de los adolescentes riojanos de entre doce y dieciséis años reconoció que se había emborrachado en el último mes. Un porcentaje nada relevante (aunque preocupante dada la edad a la que se experimenta la borrachera), indicador de que quienes se inician en la adolescencia manifiestan disgusto o rechazo por este fenómeno del botellón. Ciertamente, conforme avanza la edad, la curiosidad y la imitación de los más adultos puede ser el desencadenante de un fenómeno que poco a poco se va trivializando entre los jóvenes consumidores.

El botellón no sólo se extiende entre los adolescentes de menos edad por imitación de los más adultos, de los mayores, sino también por la escasa oferta de ocio nocturno que, además, se encuentra limitada por las fuertes restricciones horarias marcadas por los padres y por las prohibiciones a menores para entrar en bares y discotecas donde acceder a la oferta de bebidas alcohólicas. Si tuviéramos que situar el comienzo de la actividad botellonera, el momento más ajustado para realizar el botellón sería el atardecer, al caer las últimas horas del día. Es el momento de preparar la noche, cuando las alternativas al botellón sólo se encuentran en las zonas de diversión y consumo de alcohol de la ciudad. El dilema es que no siempre la salida a la ciudad está al alcance de todo el grupo o compañía de amigos. Por si esto no fuera un obstáculo, la edad es otro impedimento para prolongar la salida nocturna. Los más adolescentes tienen horarios de regreso temprano (salvo los sábados) y las discotecas sin alcohol son de horario diurno, todo lo cual configura un elemento contrario al concepto de diversión y la salida de marcha, como es el horario nocturno.  Pero si el tiempo de ocio y su disfrute están relacionados con la noche, no ocurre aleatoriamente cualquier día de la semana, sino exclusivamente los fines de semana (salvo días especiales). El alargamiento del tiempo libre o de fin de semana no es una prerrogativa de los adolescentes o de los estudiantes, sino que es una conquista de los trabajadores y una respuesta a los actuales modelos de producción y consumo que han llevado a organizar el periodo laboral semanal en torno a las treinta y cinco a cuarenta horas, destinando los fines de semana al tiempo de ocio, y porqué no, también al consumo de ese ocio. Ahora bien, los adolescentes, al igual que otros grupos generacionales, distinguen los viernes, de los sábados y domingos en la organización de sus actividades de ocio y en la materialización de sus tiempos de diversión, dando una preponderancia superior a la noche del sábado, sobre el resto de los días y las horas del fin de semana. Como los días laborables, también los fines de semana se organizan en torno a rutinas de horarios y lugares de diversión. En general, los adolescentes quedan a media tarde para la organización de la noche; con posterioridad proceden a la compra de bebidas. El horario de cita para la reunión en los lugares y espacios de botellón suele oscilar entre las siete de la tarde y las nueve o diez de la noche. Con anterioridad, el aburrimiento es la nota predominante de todos los adolescentes que esperan con ansia la hora de esa cita, de esa reunión con la cuadrilla de amigos.

Lo cierto es que se cumplen los imperativos de la tradición cultural y entre las familias cuando se anima desde muy corta edad a participar del ritual de beber en compañía, bien en espacios públicos cerrados o bien en la calle, y con motivo de cualquier ocasión especial, social o festiva. Sin embargo, el botellón es un ritual de exclusividad adolescente y joven, dado que muchas veces son menores de edad quienes se encuentran con problemas para el consumo en locales públicos (salvo con ocasión de festividades o celebraciones sociales y familiares, donde el consumo de menores se hace más permisivo e incluso alentado), y por supuesto con problemas a la hora de adquirir o comprar los licores con los que elaborar combinados en botellones de dos litros de refresco. Problemas de compra que los adolescentes resuelven de diversas maneras, desde hacerse con la colaboración de adultos, pasando por la utilización de comercios que no presentan dificultades, hasta delegar en aquellos adolescentes cuyo aspecto impone una imagen de persona mayor. De esta manera o bien de cualquier otra, los adolescentes menores de edad se hacen con bebidas de alta graduación, pues las dificultades de acceso por impedimentos legales son relativamente fáciles de superar gracias al empeño y la imaginación que despliegan. Por otra parte, una respuesta que aparece tanto en los cuestionarios de encuesta como en las entrevistas y en los grupos de discusión, acerca de porqué se hace botellón, tiene mucho que ver con el precio de las bebidas que fijan los establecimientos de bares y hostelería, y que para los adolescentes se encuentra totalmente alejado de su realidad económica que viene marcada por los ingresos semanales. Por eso, la respuesta indicada, es que no siempre se puede consumir alcohol de otro modo que no sea a través del botellón. Los adolescentes argumentan que se hace botellón porque su economía de bolsillo no da para muchos estipendios alcohólicos en bares, tampoco para adquirir bebidas de grandes marcas, más bien buscan que el combinado resultante mantenga un sabor aceptable y cumpla su función alcohólica. Para muchos adolescentes, la base de las mezclas es el vino (“kalimotxo”), que se combina en contenedores que van desde la botella hasta la garrafa, y de ahí el nominativo de botellón o garrafón. Pero no todo es adquisición de bebidas alcohólicas, pues una vez realizada la compra o incluso antes de la compra de licores y otras bebidas, se procede a cenar y llenar el estómago con el fin de evitar la borrachera de estómago vacío, algo que parece haber experimentado buen número de adolescentes cuando hablan de ir cenado a los botellones. No son por tanto cenas de restaurante, sino más bien snaks, frutos secos, chucherías, bocadillos, hamburguesas y pizzas los elementos indispensables para sostener una ingesta abusiva y a veces rápida de alcohol. Esporádicamente formalizan cenas a base de pinchos, pero las cenas con la cuadrilla o la pareja en locales de restauración son más un asunto de jóvenes que de adolescentes. Quizás, una cuestión de recursos económicos.

Como todos los adolescentes pertenecientes a una misma cuadrilla suelen conocer los lugares de cita y reunión. Poco a poco, dependiendo de las directrices y demandas familiares, van apareciendo en esos lugares, continuando el ritual del botellón (beber, charlar, jugar, reír), hasta la medianoche o primeras horas de la madrugada, momento en el que de la misma manera que fueron reuniéndose todos los miembros del grupo, van marchándose a otras zonas de diversión. Las calles que han pasado a denominarse la zona son aquellas que disponen de multitud de locales, bares y discobares, y que se sitúan en torno al eje de la calle Chile de Logroño. Otra zona post-botellón está constituida principalmente por la calle Mayor, la plaza del Mercado, el Laurel y Bretón de los Herreros, todas ellas en el casco antiguo de la ciudad. También en el casco antiguo se sitúan las discotecas o centros de atracción para la marcha de última hora, es decir, de cierre del sábado, en torno a las cuatro o las cinco de la madrugada, momento en que deciden regresar a sus domicilios. Pero si estas son las rutinas de los adolescentes que viven en la capital, el momento de quienes provienen de alguno de los pueblos del área próxima a Logroño, es tras la cena, aunque para ellos el botellón es más propio de temporada estival, cuando se visitan los parques de cualquier localidad con la seguridad de que allí se encuentran otros grupos de bebedores, dejando para el invierno el refugio de los bares. En Calahorra, segunda ciudad en importancia poblacional de La Rioja, los adolescentes utilizan locales, bajeras y chamizos para hacer el botellón y, como en otras localidades, también los sábados al anochecer (sobre las diez horas), comenzando una ruta posterior o Ronda por los bares y pubs del casco antiguo, hacia las doce de la noche o una de la madrugada. En cualquier caso, el botellón parece no tener carta de naturaleza en los pueblos, donde se practica sólo a instancias de los tiempos de fiestas y no como un ritual semanal. Así parece desprenderse del relato de estos jóvenes. Sea en la capital o sea en otras localidades y tal como ocurre con cualquier actividad, también el botellón tiene su final y éste, a su vez, marca el comienzo de la diversión, de otro momento de diversión que se caracteriza a su vez por otras actividades, las que suponen salir de marcha un fin de semana. Y como toda actividad necesita un espacio donde realizarla, también la diversión post-botellón tiene el suyo. En este sentido, ir a las discotecas o ir a las zonas de marcha (alcohol, música y baile) son espacios que siguen al botellón. A estas zonas van después del consumo de botellones, momento que aprovechan para hacer sus rondas por las zonas de bares y disco bares sin necesidad de consumir en su interior. Como las cuadrillas se diferencian en ciertas ocasiones según el sexo, los lugares de marcha no siempre coinciden. Esto ocurre a propósito de las discotecas, que se delimitan en función de los intereses de los grupos, claro está, siempre que no haya intención de pasar el tiempo de ocio nocturno en grupos mixtos de chicos y chicas.

Volver a casa sigue creando conflictos entre padres y aquellos hijos que aún siguen sometidos al control familiar, especialmente en lo referido a la hora de regreso tras la salida nocturna, y en la necesidad de dar explicaciones si el retraso ha sido importante. La hora de regreso es algo que depende de la confianza, la madurez, los lugares frecuentados y las compañías entre otras variables. Existen opiniones muy marcadas respecto al tema. Por un lado, hay padres que consideran fundamental la imposición de una hora. Estos, en su afán de protección al fijar una hora de regreso, quieren lograr una mayor seguridad para sus hijos. Por otra parte se encuentra la opinión de aquellos padres que consideran que es innecesaria la hora de regreso a casa. Esta opción aboga por la confianza en la madurez y la responsabilidad de los hijos. Sin embargo, parece que hay consenso en que una hora de regreso resulta recomendable para evitar los factores externos que los hijos, todavía a ciertas edades no son capaces de controlar. La hora de regreso a casa debe ser fruto de un diálogo abierto y comunicativo y debería estar abierta a situaciones como la llamada telefónica de un hijo anunciando el regreso a casa a una hora más tarde de la prevista porque se lo está pasando bien. Esta fórmula hay que tomarla como un síntoma de madurez de los hijos al mismo tiempo que de respeto por las normas familiares. También es conveniente tratar todos los aspectos que atañen a la salida de marcha, como los lugares que se pretenden frecuentar, los amigos con los que van a salir, la hora a la que quieren salir y volver, pues una vez llegado el momento resulta más complicado tratar de razonar con los hijos los motivos por los que se quiere fijar una hora en concreto. Esta negociación entre padres e hijos para decidir la hora de regreso a casa es habitual, tal y como se desprende de los grupos de discusión con padres de adolescentes y con adolescentes. En general, los padres entrevistados no dan tanta importancia a la hora de llegada, preocupándoles mucho más las condiciones en que llegan sus hijos a casa, así como el medio de transporte utilizado por miedo a que les pueda ocurrir algo. Pero veamos en cifras y porcentajes los datos referidos a la hora de regreso. Sabemos que más del 60% de los adolescentes riojanos tienen hora de regreso a casa los fines de semana, aunque si discriminamos en función del género, son el 58,9% de los chicos y el 62,7% de las chicas quienes tienen convenida con los padres una hora de regreso. Y si el género es sujeto de diferencias, la edad también condiciona la hora de regreso a casa. A medida que aumenta la edad, disminuye el porcentaje de adolescentes que tienen hora de regreso para volver a casa los fines de semana, suponiendo a partir de los dieciocho años que sólo el 30% o el 20% de los adolescentes declaren tener acordada una determinada hora de regreso:

Existencia de hora de regreso el fin de semana por edad
Edad 12 13 14 15 16 17 18 19
% % % % % % % %
100,0 89,5 93,5 90,0 74,5 58,8 28,3 20,0
No 0,0 10,5 6,5 10,0 25,5 41,2 71,7 80,0
100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

En cuanto a las diferencias según la ocupación principal, hemos encontrado que de los adolescentes que estudian, el 64,5% tienen hora de regreso, lo cual supone una proporción que casi duplica la de los adolescentes que trabajan (38,6 %).  En este caso ambas variables son dependientes, aunque hay que tener en cuenta que ésta dependencia si va muy relacionada con la edad es porque los adolescentes que trabajan necesariamente tienen más de dieciséis años. Los días considerados especiales, las cifras respecto a los fines de semana se invierten, y  son poco más del 40% de los adolescentes quienes dicen tener hora de regreso a casa, aunque siguiendo la estela de los datos anteriores en cuanto a las diferencias de género, el 37,3% de los chicos y el 43,7% de las chicas dicen tener convenida dicha hora de regreso.

Existencia de hora de regreso un día especial por edad
12 13 14 15 16 17 18 19
% % % % % % % %
86,7 66,7 75,0 73,2 60,8 17,7 6,7 4,4
No 13,3 33,3 25,0 26,8 39,2 82,4 93,3 95,6
100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0 100,0

Y del mismo modo que vimos al analizar la existencia de hora de regreso los fines de semana, también en esta ocasión podemos decir que la edad condiciona tener hora de regreso incluso un día especial, pues existe dependencia entre ambas variables. De hecho observamos que a medida que aumenta la edad disminuye el porcentaje de adolescentes que tienen hora de regreso para volver a casa los fines de semana. O dicho de otra manera, el porcentaje de adolescentes que tienen hora de regreso los días especiales, disminuye frente a los que tienen horario de regreso un fin de semana en cada tramo de edad. El grado de cumplimiento de la hora de regreso “siempre” o “a menudo” es de ocho de cada diez adolescentes, de los cuáles se derivan diferencias de género, pues las chicas cumplen la hora de regreso a casa en mayor porcentaje que los chicos. En el extremo opuesto, un porcentaje muy bajo de chicas (3,9%), rara vez o nunca cumplen la hora de regreso, frente a un porcentaje superior de chicos (14,2%).

Cumplimiento de la hora de regreso por sexo
Chico Chica
% %
Siempre 46,93 52,94
A menudo 30,61 35,29
A veces sí- a veces no 8,16 7,84
Rara vez 12,24 2,94
Nunca 2,04 0,98

Y son los adolescentes de más edad (19 años), quienes cumplen en menor medida la hora de regreso a casa; en concreto son un 33,33% los que “raras veces” o “nunca” cumplen el horario de regreso a casa, frente al 6,7% o el 4,5% de los adolescentes más jóvenes (12 y 13 años). Es decir, conforme aumenta la edad de los adolescentes y, sobre todo, cuando estos adquieren la mayoría de edad que marca la ley, desoyen las normas familiares sobre horarios de regreso a casa y cumplimiento de los mismos, posiblemente como una manifestación de independencia adolescente frente a la dependencia existente desde la niñez. En cuanto a la hora de regreso los fines de semana, y aunque nos encontramos con valores muy dispersos y no se puede tomar la media como representativa, se sitúa ésta como media a las cinco cincuenta y cinco de la madrugada, hora además muy cercana a la moda, es decir, las seis de la madrugada.

Hora de regreso los fines de semana por edad
Horario % De 12 a 14 años % De 15 a 17 % De 18 a 19
De las 10 a las 12.45 1.8 0.8 0
De la una de la madrugada a las 4.45 94.7 39.2 6.5
De las 5 de la mañana a las 7.30 3.5 48.3 55.4
De las 8 de la mañana en adelante 0 11.7 38.0
100 100 100

Existe una dependencia muy fuerte entre las variables “hora de regreso los fines de semana” y “edad”. Es raro que los más jóvenes lleguen más tarde de las cinco de la madrugada, mientras que más de la mitad de los de 15 a 17 años y más del 90% de los de 18 a 19 años llegan a partir de las cinco de la madrugada. Por sexo apenas hay diferencias, sin embargo, por ocupación de nuevo apreciamos una dependencia entre variables, pues los estudiantes llegan a horas más tempranas de la noche que los trabajadores, aunque aquí interviene también el factor edad (sólo se trabaja a partir de los dieciséis años):

Hora de regreso los fines de semana por ocupación
Horario % estudiante % trabajador
De las 10 a las 12.45 0.9 0
De la una de la madrugada a las 4.45 43.5 16.2
De las 5 de la mañana a las 7.30 40.5 45.9
De las 8 de la mañana en adelante 15.1 37.8
100 100

Cuando les preguntamos por la hora de regreso un día especial, vimos que ésta se alargaba una hora como media con respecto a la de los fines de semana, convirtiéndose casi en las siete de la madrugada. Al igual que los fines de semana, la hora de regreso los días especiales depende en gran medida de la edad de los adolescentes.

Hora de regreso los días especiales por edad
Horario % De 12 a 14 años % De 15 a 17 % De 18 a 19
De las 10 a las 12.45 19.7 0 0
De la una de la madrugada a las 4.45 53.5 36.7 8.1
De las 5 de la mañana a las 7.30 14.1 35.3 41.4
De las 8 de la mañana en adelante 12.7 28.1 50.5
100 100 100

De este modo, el regreso a casa tanto los fines de semana como los días especiales, se produce más allá de las cuatro y las cinco de la madrugada, y las variables que intervienen para diferenciar el comportamiento de los adolescentes son la edad y la ocupación. A más edad y actividad laboral se corresponden comportamientos ajenos o contrarios a la norma familiar, caso de que existiera. Es como si la rebeldía frente a la dependencia familiar sólo pudiera expresarse a través de la libertad de horarios para volver a casa tras las salidas nocturnas de los fines de semana o de los días especiales.

La ocupación del tiempo libre, especialmente durante los fines de semana, va ligada íntimamente a la ocupación de un espacio. Tal y como afirma Martín Serrano, actualmente las demandas específicamente juveniles, en cuanto al disfrute de sus horas de libre disposición, tienen que ver con la necesidad de disponer de sitios propios. Las actividades que llevan a cabo durante el fin de semana los grupos de jóvenes se caracterizan por su nuevo localismo. Precisamente uno de los rasgos más distintivos de las nuevas generaciones, es esa identificación que establecen con “su” pueblo, con “su” barrio; allí donde viven y allí donde desarrollan sus relaciones. La ocupación colectiva de ese locus, que perciben geográficamente como próximo y emocionalmente como propio, tiene una importancia simbólica para los grupos juveniles que no debería de pasar desapercibida. Porque esa apreciación de un espacio público, responde a la necesidad de hacerse un sitio. Tener donde poder estar con los pares, es la condición necesaria para la producción y la reproducción del propio grupo. Y también para desarrollar las actividades afectivas, lúdicas y formativas que el grupo de pares satisface. La ocupación gregaria juvenil de los espacios que perciben geográficamente como cercanos y emocionalmente como propios, tiene una gran importancia simbólica. Esa apropiación de un espacio público y el disfrute del privado en grupo responden a la necesidad de hacerse un sitio, un lugar en el espacio social. Por esto se utilizan con frecuencia los espacios públicos urbanos, los parques y jardines, y las calles y bancos que acogen sus reuniones gregarias. A medida que avanza la edad de los adolescentes se va a dar una importancia creciente a los espacios donde consiguen mayor independencia, prefiriendo los espacios públicos para encontrarse con las amistades. Sus actividades de tiempo libre se dirigen principalmente al ocio nocturno de fin de semana, tanto en el ámbito público (gran oferta de bares y discotecas, parques y jardines), como en el privado con la proliferación de chamizos o cuartos, muy común en las zonas rurales y cada vez más habitual en las ciudades. No obstante todas estas opciones de ocupación de espacio público, serán los parques y jardines el modelo de espacio más utilizado en el desarrollo de la actividad que los jóvenes llaman botellón. En estas ocasiones se reúnen los amigos para beber y relacionarse con otras cuadrillas de adolescentes, y en el caso de la ciudad de Logroño las inmediaciones del parque del Ebro, parque de La laguna, Gallarza, zona de la Ribera, plaza de España y diversos aparcamientos del casco urbano, aunque el parque de San Miguel es el lugar por excelencia que, compartido en menor medida con otras zonas verdes de la ciudad, ha logrado erigirse en lugar de peregrinación incluso para los que no disponen de botellón. Cualquier parque o zona verde son espacios que permiten el disfrute del tiempo de ocio en compañía de los iguales, los de la misma generación, y son permisibles porque no colisionan directamente con otras generaciones, principalmente las de los adultos que son los que en definitiva colapsan los espacios públicos sin posibilidad de compartirlos con los de otras generaciones, que bien por su edad o bien por su capacidad económica no pueden acceder a los mismos. La organización adolescente en cuadrillas permite el intercambio de sus miembros y la posibilidad del encuentro, aspecto que se realiza siempre en lugares determinados, principalmente por la actividad del botellón. La utilización del espacio público para la formalización de encuentros a través de la actividad botellonera entre los miembros de las cuadrillas de adolescentes, forma parte de un ritual significante de pertenencia a las mismas. Dentro de este ritual botellonero, un rasgo definitorio es la costumbre de sentarse en el suelo (o en el respaldo de los bancos) como manera de reafirmar la diferencia. Es algo que hacen los adolescentes y jóvenes pero no los adultos. Es también una forma de delimitar el espacio público de aprovechamiento adolescente para diferenciar a las cuadrillas y grupos de amigos entre sí, de modo que todos conozcan su lugar y el lugar que ocupan en ese espacio imaginario de la jerarquía adolescente.

Otro rasgo que ya han advertido otros observadores es que la reunión forma de manera natural un círculo u otra fórmula geométrica, como un formato ideal no solo para el aprovisionamiento alcohólico, sino para verse las caras y propiciar la interacción entre todos. Los adolescentes que hacen botellón delimitan su territorio a partir de la ocupación de bancos que asumen de su propiedad, es decir, que asumen como de titularidad del grupo o cuadrilla a la que se pertenece y desde la que se entabla relación con los otros bancos, con las otras cuadrillas a las que se reconoce igual titularidad. El mobiliario urbano de los bancos constituye en este sentido el espacio territorial de los grupos de amigos. Los bancos son el punto de cita para todos los miembros integrantes de una cuadrilla de amigos y la relación con otras cuadrillas se establece a nivel de espacios ocupados por bancos. Y es que si bien los parques son públicos y, por tanto, pueden ser atravesados y ocupados por cualquier persona, son los bancos quienes constituyen lugares estanciales de uso exclusivo para las cuadrillas y para los grupos de amigos que han tomado e identificado simbólicamente como propio el territorio delimitado por el banco o los bancos. En el medio rural el uso de chamizos o cuartos por los adolescentes es muy frecuente aunque en el medio urbano también comienza a ser habitual esta práctica. Los adolescentes de menor edad no suelen disponer de este tipo de locales pues son locales cerrados que escapan al control de los padres y adultos, donde pueden realizar las actividades que ellos quieran sin vigilancia alguna y sin restricciones impuestas por factores externos. Pese a ello, las actividades que realizan no son esencialmente de índole ilegal si no que se resumen básicamente en oír música, bailar, hablar, ver alguna película, jugar a la vídeo consola, a juegos de mesa, etc. Los chamizos, en muchos casos disponen de sofá, televisión, juegos de mesa, nevera para guardar bebidas, equipo de música, pero sobre todo, y esto sí es relevante, se utilizan para el consumo de alcohol y otro tipo de sustancias con la seguridad que les da hacerlo entre los “suyos”. Aunque no todos llevan a cabo la actividad del botellón en chamizos, lonjas y locales sólo en ocasión de fiestas locales, sino que también realizan sistemáticamente el botellón semanal del mismo modo que las cuadrillas que utilizan los fines de semana los parques urbanos. El uso de chamizos, lonjas y bajeras acondicionadas para baile y esparcimiento de adolescentes, pero también para el botellón, además de hurtar a la mirada de los adultos las actividades que se realizan en su interior, es que se mantienen todo el año, pues el botellón al aire libre y sometido a las inclemencias del tiempo metereológico no es posible sostenerlo siempre. En cuanto a los espacios para las salidas de marcha, la gama es muy amplia, pues va desde espacios públicos como parques, jardines, calles y zonas de bares (sobre todo durante la adolescencia) a privados como bares y discotecas. Pero en estos casos, no cualquier establecimiento vale, han de ser del tipo en el que se pueda satisfacer dos de los ingredientes básicos en estas salidas: beber y bailar.

La ciudad actual es una ciudad atravesada e inhóspita. Ha dejado de ser un espacio para el encuentro y la convivencia para convertirse en un gran espacio atomizado y compartimentado donde los ciudadanos se recogen hacia dentro, hacia sus domicilios, dejando la calle transformada en un espacio para el transporte entre esas unidades aisladas y sustancialmente remotas, pero no como un espacio estancial que facilita las relaciones entre los ciudadanos sin concesiones por razón de sexo, edad o clase social. El espacio nunca está inerte sino que está activo en la constitución de las relaciones sociales. La organización espacial de las calles y los edificios produce un impacto en los movimientos de los cuerpos y organiza el flujo de las masas hacia ciertos tipos de actividades y relaciones. Hoy día las calles, los parques y cualquier espacio público están siendo ocupados por personas motorizadas que poco a poco demandan más espacio para sus vehículos dificultando, cuando no impidiendo, que las calles sean lugares estanciales, convirtiéndolas en lugares para ser cruzados, atravesados, recorridos pero nunca ocupados. Por otra parte, los espacios públicos que no son objeto de ocupación de vehículos o de personas motorizadas, han entrado en la mecánica del juego de la competencia por su uso y disfrute. Son espacios y estancias cada vez más escasas y en esa competencia, semejante al modelo capitalista de producción y consumo, son los más débiles, es decir, las personas con menor capacidad de decisión económica quienes  han perdido toda oportunidad de establecer la convivencia social en la lucha por los escasos, pequeños y artificiosos lugares y espacios públicos. En este sentido, viejos, niños y adolescentes se encuentran excluidos del espacio público, salvo que sean ellos mismos personas motorizadas o con capacidad económica para serlo. La convivencia entre generaciones, lo mismo que entre clases sociales, está rota por la distinta capacidad económica para ocupar los espacios públicos. Quienes son dependientes de los grupos económicamente activos (principalmente los tres que hemos nombrado: niños, viejos y adolescentes) no tienen acceso al espacio público salvo concesiones de quienes detentan el poder que les otorga su capacidad productiva y su dominio del territorio. En esta atmósfera ciudadana protagonizada por personas fuertes y débiles, de personas y grupos independientes y dependientes, donde el espacio para el encuentro, la estancia y la convivencia entre todos se ha roto o es inexistente, es normal que surjan desde los más débiles o desde los más oprimidos movimientos de resistencia. Una resistencia que surgió con la ocupación simbólica y luego precisa y real de determinados espacios urbanos, que primero fueron abandonados por los grupos ciudadanos con poder y posteriormente fueron ocupados por grupos ciudadanos débiles. Esto ha ocurrido principalmente con las calles y plazas de los cascos antiguos, donde grupos de adolescentes y jóvenes ocupan sin concesiones aceras, calles y plazas, expulsando a quienes otrora fueron sus principales ocupantes.

Una consecuencia radical de esta pugna por la ocupación del espacio público es la convocatoria a través de foros de Internet, por e-mail y móvil, de jóvenes y adolescentes, que el pasado mes de marzo se congregaron en al menos veinte ciudades españolas, con el fin de celebrar “macrobotellones” y concursar sobre en cual se reunía más gente y/o se bebía más. Fue una provocación a los Consistorios y sus regulaciones sobre ocupación del espacio público o sobre las alternativas de diversión en recintos cerrados como pabellones y polideportivos. Ya no es posible la convivencia intergeneracional. Los vecinos, que recluidos en sus pisos no pudieron abandonar esos espacios urbanos, se quejan porque con la ocupación juvenil, aunque sea periódica y rutinariamente de fines de semana y días especiales, han desaparecido aquellos instrumentos para la convivencia como eran los espacios comerciales y de servicios que acompañan por lo general los espacios públicos, donde la ciudad estancial y residente domina sobre la ciudad atravesada y aislada.

Señala Martín Serrano que las pandas juveniles necesitan estar presentes en las calles, tanto para marcar los límites de sus dominios, como para mostrar sus signos de identidad. Pero en las ciudades la geografía urbana generalmente está organizada para circular más que para estar. Los barrios tal vez sean deficitarios de parques, plazas u otros espacios al aire libre, donde grupos juveniles diversos puedan coexistir manteniendo las distancias necesarias para evitar roces, tanto físicos como emocionales, en los que se generan las tensiones que concluyen en conflictos. Los hábitos establecidos de concentrase en espacios al aire libre durante los fines de semana, así como el uso gregario que se hace de las calles, parques y jardines, están relacionados con las carencias de infraestructuras para el ocio juvenil. Esas insuficiencias pueden resumirse de esta manera:

1º) En las áreas rurales y también en las urbanas, es una queja muy común que no existen otros lugares de encuentro disponibles para la juventud que sean gratuitos y estén bien acondicionados.

2º) Los locales públicos destinados a los y las jóvenes suelen tener una inadecuada concepción del espacio, que dificulta las reuniones concurridas y el ejercicio de las actividades de relación y de expresión que en estas edades interesan.

3º) El precio que tiene la entrada a los locales públicos, donde se bebe, se oye música, se baila, no está al alcance de los y las adolescentes ni de los y las más jóvenes.

Las actuales carencias de espacios –apropiados para y apropiables por los jóvenes- tienen mucho que ver con los comportamientos agresivos, etnocéntricos e intolerantes que están surgiendo en la vía pública. Así, España que lleva en los últimos años un proceso de urbanización salvaje que ha colocado al 70% de sus habitantes en núcleos de más de 10.000 vecinos, muestra una presión sobre su espacio metropolitano cada vez más angustiosa por el desapego creciente de sus habitantes (de nuevo y viejo cuño, inclusos los inmigrantes), y la división social por edades que muestra la existencia de un colectivo cada vez más numerosos de personas mayores ocupantes del espacio diurno productivo, y el colectivo de jóvenes que, si bien es más reducido, se compensa con mayor participación en el tiempo de ocio nocturno y ocupación preferencial de los espacios. Adolescentes y jóvenes organizados en torno al consumo de fin de semana han ocupado territorio urbano y han expulsado, a veces no sin violencia, a los grupos de mayores, de propietarios y, en general, a la población productiva y adulta, generando un tipo de organización del espacio que a su vez impide el acercamiento generacional, no sólo con los más adultos, sino también con los más adolescentes. Precisamente son los adolescentes los que han encontrado en estas formas de resistencia de las generaciones jóvenes, un instrumento reivindicador del espacio público para ellos. Si los jóvenes ocupan los fines de semana calles y plazas  modificando el entorno con sus demandas y necesidades (básicamente locales para beber, charlar, oír música y bailar), los adolescentes han propiciado este modelo, trasladando la ocupación del espacio público a parques y jardines, donde los bancos y el botellón forma parte del paisaje modificado que responde a sus demandas. También de estos espacios, aunque puntualmente los sábados, han sido expulsados las generaciones de adultos. El botellón es un instrumento reivindicativo de espacio propio para un grupo de personas dependientes, que sólo puede insertarse en condiciones de igualdad en el espacio joven a través del consumo de alcohol, en espacios públicos determinados como propios.

El espacio social está compartimentado y la calle ha pasado a ser un lugar de lucha y resistencia entre aquellos que fueron excluidos de la ciudad convivencial. Sólo los niños y los viejos mantienen su situación de acomodo dependiente recluyéndose en aquellos locales (centros de mayores, guarderías y ludotecas), que la ciudad atravesada les otorgó a fin de ampliar los espacios públicos para el tráfico rodado. No entender el fenómeno social del botellón como un problema de reivindicación y ocupación del espacio público, secuestrado por un urbanismo embrutecedor para la convivencia ciudadana, es igual que no entender al adolescente cuando señala la luna, entonces, el idiota mira el botellón.

Adolescentes y ocio


Read Full Post »